martes, 6 de noviembre de 2007

Una historia diferente: COLOSO




No me canso de decirles lo importante, necesario e increible que puede ser una lectura. En la primera parte del blog (antes de ser publicado al publico en general), se incluyo un cuento del autor y amigo Hugo Rios. Esto fue para el 31 de octubre. El certamen Literario del periodico el Nuevo Dia le ha dado al mundo la oportunidad de conocer a Hugo, no solo a sus cuentos sino tambien disfrutar de su poesia.


Los libros que hacen que Hugo sea unico en su genero son: Marcos sin Retratos (2003) que es una coleccion de cuentos. Y Al otro lado de tus parpados 2006 (Poesia). Como no llego a enviarme su cuento a tiempo para el dia de Halloween no quiero pasar la oportunidad de compartir con usted este cuento que formara parte de la tercer libro de Hugo Rios. Que disfruten a: Coloso


Coloso

“quien puede saber cuándo la vida
empieza a enamorarse de la muerte”
Mario Benedetti

Al igual que las estructuras que sostienen al tiempo sobre sus espaldas, queremos observar la huella que deja éste a su paso. Claro que cada lugar tiene su ancla que detiene el tiempo. En Europa las grandes catedrales son testigos mudos de la historia. Del mismo modo, las centrales azucareras permanecen para recordar un tiempo que aunque ya no existe se perpetúa en ellas mismas. Estos monstruos de metal, usualmente abandonados a su suerte, se vuelven refugios de recuerdos. La Central Coloso fue uno de los últimos gigantes en agonizar. Ahora forma una silueta gris en el paisaje verde y retorcido del valle. Sin embargo, no está tan vacía como muchos piensan.

Pocos conocen que allí las noches son más largas. La luz apenas se filtra por los andamios. Las alongadas vigas, negras y corroídas, ya no recuerdan haber sido testigos de huelgas de obreros y mucho menos de una fundación casi mítica. El viento y uno que otro perros abandonado son sus únicos habitantes. Aún las casas abandonadas por los obreros han perdido el hollín de sus muros, recuperando un color más humano pero al mismo tiempo dejando de ser, hundiéndose en la provincia más lejana: el olvido. Estos muros fueron espectadores silenciosos de la partida de los camiones llenos de azúcar, los almacenes repletos de caña, el olor de melaza; el silbato de la última zafra.
Pero ahora solo son memorias ya muy viejas, efemérides que no pertenecen a nadie. Más reciente, es la historia de un cuerpo. No sé si llegó allí por accidente o por la complejidad de un crimen ignorado. No tiene importancia. No supe distinguir si las alteraciones en la piel eran señal de una muerte natural o violenta. El cuerpo tuvo la suerte o la desdicha de caer en un resquicio, un rincón vetusto y cuyo uso era un enigma; un avatar del olvido arquitectónico. Cuando lo descubrí estaba fresco. Sé que debí informarlo. Imaginé a sus familiares, a sus amigos o a un cualquiera que todavía miraba por la ventana esperando su regreso. Sin embargo, decidí quedármelo y visitarlo a diario. Pensé cubrirlo para evitar que fuera descubierto, pero imaginé que ya nadie visitaba ese lugar abandonado. Me limitaba a observarlo sin alterar su estado natural y pasaba largas horas mirando cómo las facciones de su rostro se desvanecían. Por un tiempo emanó un olor muy fuerte, pero luego se volvió más natural y se fue mezclando con los fuertes aromas que aún quedaban en el área. Parecía complacido de entregarse a la corrupción cediendo su esencia al suelo. Un festín de insectos y parásitos, con una parsimonia laboriosa, fueron acelerando los procesos. En un tiempo que no puedo precisar el cuerpo pasó a ser una silueta marrón en el suelo verde donde a duras penas se podían observar semienterrados, los restos de una osamenta. Lo acompañé todo el tiempo, caminamos juntos ese último trecho. Recordé a Chesterton que en algún lugar dice que los que han sido testigos de la descomposición pueden entender mejor la vida. No sé si esto es cierto, pero al menos todo me parece diferente ahora. La central continúa allí; testigo silencioso de esta historia. Los pájaros siguen cantando, el tiempo no se ha detenido. A veces regreso por las tardes y paso largas horas mirando el espacio que una vez ocupó y que de cierto modo orgánico e inexplicable aún ocupa. Me parece que lo extraño.


Fotos de Hugo: Presentacion del libro de poesia en el Colegio de Mayaguez. Disponibles en el Web.

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